Quisiera ya no darle tanta importancia a ciertas cosas, pensarlas menos, deshacerme de las preguntas que formulo en mi mente y de las múltiples posibles respuestas que les doy.
No sé cuánta mala suerte se debe tener para que, cuando al fin te sientes capaz de dar lo mejor de ti, cuando dejas unos cuántos miedos atrás, cuando te desprendes de ciertas cosas que no te dejaban avanzar, cuando decides dar vuelta a la hoja, cuando ¡por fin! quieres hacer las cosas bien… elijes a la persona incorrecta.
Somos diferentes, eso me queda bastante claro. Sé que no acostumbras a dar demasiadas muestras de afecto y en cambio yo suelo ser demasiado atenta con las personas a las que quiero. Entiendo que tu forma de ver la vida es muy distinta, muy despreocupada y demasiado veloz.
Y sé que probablemente no soy el tipo de persona que buscas, porque tampoco lo eras tú para mí; sin embargo, entre tantas diferencias supe acoplarme a tu forma de llevar la vida, a tu forma tan extraña de querer y a tu singular estado fuera de sí.
Supe encontrar tus virtudes y minimizar en extremo tus defectos, supe justificar tu manera de ser conmigo y apretar con mi puño cada decepción que sentía al darme cuenta de que no representaba nada en tu vida. Supe quererte así, tan tú, tan contrario a lo que en ese momento necesitaba.
Y quise aferrarme tanto a ti, que por un momento dejé de ser yo. Dejé por detrás mis principios y las ideas que tenía sobre el amor. Dejé de actuar como normalmente lo hacía, callando lo que pensaba y sentía para no hacerte sentir incómodo.
Creo que ese fue el gran error, no limitarme, no tener una táctica y apretar el acelerador con el pánico inminente que significaría el estrellarme a toda velocidad contra un muro. Y lo hice, y como era de esperarse, no salí ilesa.
Escribo no con otra intención sino la de afirmarte que esto pasará, no sin que antes sepas que puse todo de mí hasta donde me permitiste. Pasará y serás un capítulo más en mi vida, de esos que ya no vale la pena releer.
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